El problema de delegar en ChatGPT las decisiones del día a día

Vía El País (España)
Si durante las primeras décadas de la existencia de Internet se instaló en nosotras un miedo y un recelo sobre qué cosas debíamos compartir online —ya que nunca sabes quién podría estar mirando—, ChatGPT y otras inteligencias artificiales han llegado a nuestras vidas como un espacio donde volcar toda nuestra información sin demasiadas reservas. En estos días en los que se discute mucho sobre aquellos empleos que van a ser desplazados por la IA o de los vínculos afectivos que algunas personas están entablando con chatbots, estamos dejando a un lado el impacto de su uso en las cosas más pequeñas —y aparentemente insignificantes— de nuestra cotidianeidad.
El uso de la Inteligencia Artificial está cada vez más presente en nuestras vidas, y lo hace desde una edad más temprana. Según la publicación Inteligencia Artificial: ¿Una amenaza para el cerebro infantojuvenil y el aprendizaje?, de Norton Contreras Paredes, académico e investigador de la Escuela de Educación Inicial y la Facultad de Educación de la Universidad Católica Silva Henríquez, nuestro aprendizaje se produce en colaboración con otras y otros, lo que en términos psicológicos se conoce como Zona de Desarrollo Próximo (ZDP).
Es decir, en una situación ideal, todo ejercicio educativo debiera propiciar conversaciones grupales y la adquisición de significados propios del aprendizaje social. Sin embargo, “estos avances tecnológicos parece que podrían generar un realce de la individualidad y un potencial desequilibrio en la experiencia educativa”.
En una conversación con este diario, Contreras Paredes explica que, aunque existen buenos usos de la IA, acudir a ella para “realizar tareas cotidianas que, habitualmente, requieren un alto esfuerzo cognitivo —como redactar correos, planificar viajes o buscar información— puede generar a mediano y largo plazo un debilitamiento importante de algunas funciones cognitivas tales como los sistemas de memoria y de nuestras funciones ejecutivas”.
El investigador explica que “nuestro cerebro funciona como un músculo que, al igual que cualquier otro, requiere ejercicio constante para poder mantenerse en óptimas condiciones. Un ejercicio que no siempre es aportado por las herramientas digitales”, y que es esta ejercitación “la que nos permitirá garantizar una reserva cognitiva que nos será muy útil cuando debamos afrontar, por ejemplo, los efectos propios del envejecimiento en nuestro sistema nervioso”.
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