PRENSA | Carta al director «El sexilio» por Fernanda Stang

(Vía La Estrella de Antofagasta)
Señor director:
“Este es mi lugar, aquí es donde debí nacer”, dice Esmeralda, una mujer trans peruana que vive en Antofagasta hace algunos años, contando lo que pensó al ver una de las primeras escenas que le ofreció esa ciudad: dos mujeres dándose un beso en el Terminal de buses.
Dice también que está agradecida de vivir aquí, de poder al fin “ser quien ella es”. Eso, por su relato, parece ser mucho más importante para ella que las múltiples situaciones de discriminación y violencia que ha experimentado por ser una mujer trans migrante, como la brutal golpiza en la calle que recibió hace unos años, de parte de un grupo de hombres. Me cuenta el hecho con una emoción alejada del dramatismo. Lo relevante en su narración es el trato respetuoso del carabinero que la subió a la ambulancia, que le dijo “señorita”, que se preocupó de sus dolores. Diversos autores que se han ocupado de este tema, como Didier Eribon, explican que hay cierta consustancialidad entre la migración y las orientaciones sexuales e identidades de género no heterocis-normadas. Es decir, la migración de su pueblo, su ciudad, su región, o su país, es un hecho muy común en estas biografías. A veces se migra por la necesidad de escapar del control familiar, por huir de lo conocido y los conocidos, para poder “ser quien se es”, como dice Esmeralda. Otras veces, escapando de la violencia de esa familia -primer espacio usual de vulneración-, de la violencia social o estatal. Sexilio se ha llamado a esta migración, que ha ido ganando visibilidad en los años recientes, aunque no se trate de un fenómeno realmente nuevo. El término, que al poner nombre logra transformar en tema público, corre el riesgo de caer en explicaciones monocausales y, por lo tanto, simplistas.
Simplificaciones que muchas veces hacen que se pierda de vista cómo se enredan en esas decisiones migratorias necesidades económicas, amores y desamores, proyectos largamente deseados de cambio, en el cuerpo, en las posibilidades de hacer pareja o familia, ganas de vivir mejor, con la polisemia que esa expresión supone. El pasado 17 de mayo se conmemoró el día internacional contra la homofobia, la lesbofobia, la transfobia y la bifobia. Leyendo el relato de Esmeralda, es lógico peguntarse si este tipo de efemérides tienen algún impacto en esas realidades.
La respuesta inmediata parece ser que no, sin embargo, no puede negarse que generan un espacio para la sensibilización, y eso es un paso indispensable para producir cambios legales, de política pública y, sobre todo, en las relaciones cotidianas que van construyendo nuestras sociedades. Pero el motor más movilizador de este cambio, es la lucha de la sociedad civil organizada en torno a esta causa.
Fernanda Stang
Directora del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU) de la UCSH.
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