Nahuel Guitian, coordinador Scholas: “Pintamos el puente para honrar a los que ya no están”

07 de Septiembre 2022
Categoría: UCSH Vinculación con el Medio

Nahuel Guitian (23 años) estaba en cuarto año de secundaria cuando Scholas llegó San Antonio de los Cobres, localidad donde vive, en la provincia de Salta, Argentina. Corría el año 2016 y Nahuel, con 17 años, era uno más de los adolescentes buscando su lugar en el mundo. Hoy, como parte del VII Congreso Internacional Scholas Ocurrentes, visita Chile por primera vez y comparte la historia de cómo un puente que era sinónimo de muerte se convirtió en un símbolo de esperanza y unión. 

El clima en San Antonio de los Cobres es seco y el viento es poderoso. Sus habitantes, acostumbrados a la altura (casi 4 mil metros) soportan frío y calor intenso por igual. La puna ha forjado el espíritu de Nahuel y de los 5 mil habitantes del poblado, en el que el suicidio juvenil se había normalizado a tal punto que el puente donde los adolescentes decidían terminar con su vida era conocido como, irónicamente, como “puente la solución”. 

En abril del 2016, después de cuatro suicidios ocurridos en los meses anteriores, el programa Scholas Ciudadanía llega a San Antonio de los Cobres para trabajar con todas las escuelas del pueblo, públicas y privadas. “Fue sorprendente porque nadie antes nos había consultado sobre nuestras problemáticas, lo común era escuchar las charlas y luego ver cómo esas personas se iban y no regresaban”, dice Nahuel.  

Esa vez fue distinto. “Tras el encuentro nos olvidamos de la división imaginaria que existía entre el colegio donde yo iba y el otro colegio secundario público de San Antonio, al principio estábamos separados y se notaba por los colores de nuestros buzos (azul y burdeo) y al finalizar la jornada los colores estaban mezclados, recuerdo esa imagen, quedé con esa chispa y con ganas de seguir conociendo sobre Scholas y creando estos espacios”, continúa Nahuel. 

Inevitablemente, el tema del suicidio apareció entre las problemáticas. Los adolescentes se lanzaban desde el Puente Huaytiquina para quitarse la vida y no había nada que la comunidad pudiera hacer, “si los adultos no habían conseguido resolverlo, ¿podríamos nosotros? – recuerda el joven- entonces se nos ocurrió pintar un mural en los pilares del puente, vamos a dejar una marca, un mensaje, algo que transmitiera la idea de acá estamos, no estás solo, porque creemos que la mayor razón de un adolescente para quitarse la vida es la soledad, sin nadie que los escuche, ni los padres, ni amigos”. 

Pintar un mural para resignificar el dolor, transformar un lugar que les recuerda la pérdida de amigos cercanos y, desde el arte, darle un nuevo sentido honrando a los que ya no están. 

Tras la acción, los suicidios acabaron, pero regresaron con la pandemia, “y la teníamos más difícil que antes porque ahora se mataban en sus casas, por lo que buscamos la manera de infiltrarnos en las familias, cada vez que pintamos una pared, estamos recordando que nadie está solo, y esperamos que se acerquen, que se animen, entendemos que es difícil contar tus problemas a cualquiera”, explica Nahuel, quien hoy es coordinador del programa Scholas en San Antonio y estudia para convertirse en maestro de primaria.  

Además, coordina instancias que promuevan el encuentro y el diálogo, para acoger a jóvenes con traumas infantiles, pero aún falta que se acerquen, dice que cuesta que vean esta instancia como una ayuda concreta, tampoco cuentan con un lugar físico donde reunirse, pero Nahuel y su grupo se las ingenian para propiciar, invitar, acoger. “La diferencia la marcó Scholas, al conseguir que los jóvenes de San Antonia entendieran que, independiente de dónde veníamos, formamos parte de una misma comunidad, a partir de esto pudimos conversar de las problemáticas y de las distintas soluciones que planteamos entre todos”, reflexiona. 

La creación de un microcine fue otro proyecto que se realizó a partir de las escuchas. “En mi pueblo no había ninguna sala de cine, entonces empezamos en un sitio chiquito y precario, pero yo me sentía bien porque buscaba la misma excusa que usan los chicos para escapar de casa y buscar un lugar donde ser alguien más, buscar mi identidad, pero esta vez el propósito era distinto. En el microcine, un día yo podía ser el sonidista, al otro acomodador, otro día hacer las palomitas, cuidar a los chicos, y así muchos chicos se “copaban” y preguntaban ¿cómo podemos ser parte de esto? y yo les decía que vinieran y ya. Y así seguimos, compartiendo problemáticas y buscando soluciones”. 

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