María Auxiliadora: La Madre que acompaña el camino de sus hijos 

La Iglesia celebra a María como Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, destacando con especial cariño y solemnidad su rol como Auxiliadora. Este título no es solo un piadoso apelativo, sino una verdadera confesión de fe en su presencia activa y cercana en la historia de la salvación y en la vida de los creyentes. 

Desde una perspectiva antropológica, reconocemos como fundamental la experiencia de ser acompañados, sostenidos, auxiliados. Nuestra fragilidad esencial nos hace dependientes desde el inicio de la vida: necesitamos de otros para crecer, desarrollarnos y, en no pocas ocasiones, para simplemente continuar. En este sentido, auxiliar —del latín auxilium, «ayuda», «refuerzo», «aumento de fuerzas», proveniente de augeō, «hacer crecer»— significa mucho más que socorrer; es participar en el crecimiento del otro, ofrecerle el sustento que permite ponerse en pie. 

La Escritura, rica en imágenes humanas y divinas, expresa esta necesidad en palabras del Salmo 131: 

“Señor, mi corazón no es ambicioso, 

ni mis ojos altaneros; 

no pretendo grandezas que superan mi capacidad; 

sino que acallo y modero mis deseos, 

como un niño en brazos de su madre. 

Espere Israel en el Señor ahora y por siempre.” 

Esta imagen de un niño confiado en brazos de su madre se convierte, para la espiritualidad cristiana, en símbolo del alma que descansa en Dios. Y María, figura materna por excelencia, nos auxilia precisamente así: sosteniéndonos, no desde la imposición, sino desde la ternura y la fidelidad. No sustituye al Hijo, pero lo señala. No impone, pero acompaña. No es el puente definitivo entre Dios y la humanidad —Cristo lo es—, pero es un puente hacia ese Puente. María es mediación maternal, discreta y firme, como la de quien vela sin ser vista, actúa sin imponerse y auxilia sin buscar mérito. 

María es la mujer que ha creído. Aquella que, en el Magníficat, proclama que Dios ha sido fiel: 

“Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, 

como lo había prometido a nuestros padres, 

en favor de Abraham y de su descendencia para siempre” (Lc 1,54-55). 

Ella no solo recibe la promesa, sino que la custodia en el corazón, como modelo de fe perseverante. La bienaventuranza proclamada por Isabel —“Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc 1,45)— es también una esperanza escatológica: en María vemos realizado lo que anhelamos alcanzar. 

La Novena de María Auxiliadora 2025 recoge este camino de confianza filial y lo expresa con claridad pastoral en cada jornada. Su recorrido es un itinerario de crecimiento en el ser hijos, sostenidos siempre por la mano materna de María: 

1. Ser Hijos: Humildad y fe. María se muestra a los humildes. Como Bernadette, confiamos sin reservas en la promesa de Dios. 

2. Ser Hijos: Sencillez y esperanza. Los pastorcitos de Fátima creen con firmeza, porque se saben protegidos por una Madre fiel. 

3. Ser Hijos: Obediencia y dedicación. Juan Diego escucha con humildad el llamado de María y, pese a las dificultades, obedece con perseverancia. 

4. Ser Hijos: Asombro y reflexión. En La Salette, la Virgen que llora conmueve a niños capaces de escuchar y anunciar con profundidad. 

5. Ser Hijos: Confianza y oración. Catalina Labouré, sostenida por la confianza, abraza la misión confiada por María con oración constante. 

6. Ser Hijos: Sufrimiento y sanación. En Kibeho, la Virgen consuela el dolor de África, y en su abrazo ofrece paz y esperanza de sanación. 

7. Ser Hijos: Justicia y dignidad. María Aparecida se hace cercana a los pobres, y devuelve dignidad a los que han sido descartados. 

8. Ser Hijos: Dulzura y cotidianidad. En lo sencillo de la vida diaria, como a Marietta en Banneux, María nos consuela y educa con ternura. 

9. Ser Hijos: Construcción y sueño. Como a Juanito Bosco, María inspira grandes sueños, acompañando la construcción del Reino en lo pequeño. 

Finalmente, María es una invitación viva a la esperanza en el Dios Trino, que conduce la historia con providencia fiel. En ella se nos anima a contemplar con gratitud nuestro propio camino y el de todo el Pueblo de Dios, para así proyectar con confianza un futuro sostenido por el Amor que no falla. 

Anclados en la Esperanza, Peregrinos con los Jóvenes 

Claudio Medina Ibarra. 

Asesor Pastoral Universitaria UCSH 

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