La ética del pillaje: el caso de las licencias… y otros

Columna José Orellana Yañez y Francisco Pizarro Olivares
Vía El Quinto Poder
La persona humana, en su profundidad ontológica y contradicciones naturales en cuanto posibilidad de existencia, tiene el permanente desafío de esculpirse en sociedad, desde su núcleo familiar, barrial, estudiantil, laboral, entre otros y sus combinaciones en diferenciados alcances. A lo largo de su vida se forja en principios, valores y tradiciones que lo determinan en sus conductas. Existirá una ética y una moral que lo explica en su proceder. También en el diseño de las instituciones y gestión de sus procedimientos.
¿Por qué un profesional, técnico, administrativo, empresario o comerciante —del ámbito que sea—, que se supone es un ciudadano esculpido en principios y valores óptimos, incurre en actitudes reñidas con esos mismos principios, transgrediendo la ética y la moral implicadas? Hoy, la profundidad del escándalo de las licencias médicas convoca la atención social de manera transversal, desarrollándose como una verdadera película, con diversas renuncias prominentes que, según se sabe, aún podrían aumentar.
Un razonamiento plausible podría encontrarse en los esquemas del individualismo exacerbado que permea nuestras sociedades. En ellas, los principios y valores orientados a enaltecer el bien común, tanto presente como futuro, ceden frente a una ética del pillaje, la cual, de algún modo, se forja desde ese mismo individualismo invocado. En este contexto, la urgencia por satisfacer los deseos de un consumismo desbordado, o bien por alcanzar un estatus social validado colectivamente, conduce a conductas conscientes y egoístas que podríamos resumir en la expresión “joderse al otro”, quizás con tintes inconscientes y que trascienden el dolo. Esta ética del pillaje no se limita al supuesto éxito de quien la practica, sino que además dificulta la existencia de otros y otras, como aquellos que realmente necesitan una licencia médica, entre muchos otros ejemplos.
Pero la ética del pillaje no se limita al escándalo de las licencias médicas. También se ha manifestado en múltiples circunstancias, que van desde el caso Fundaciones, cuya generalización resulta injusta para aquellas que sí actúan con probidad, hasta el financiamiento ilegal de la política, con casos emblemáticos como SOQUIMICH, PENTA y MOP-GATE. ¿Cómo olvidar, además, los episodios de colusión del papel higiénico, los pollos y las farmacias? Las ISAPRES, con sus prácticas orientadas a maximizar el negocio de la salud, arrastraron al Estado a ofrecerles una solución que evitara su quiebra y una profundización de la crisis sanitaria. El PACOGATE y el MILICOGATE constituyen otras tristes joyas del pasado reciente, donde esta cultura del pillaje se materializa con crudeza y persistencia.
También, en la vida cotidiana, observamos múltiples expresiones de esta ética del pillaje. Desde quienes buscan saltarse la fila, evadir la restricción vehicular o usar las vías exclusivas en el centro de Santiago, hasta quienes conducen bajo los efectos del alcohol o las drogas, con el argumento absurdo y temerario de que “así manejo mejor”. Cualquier artilugio que permita cristalizar una ganancia individualista y mezquina es utilizado sin escatimar en ingenio ni escrúpulos.
Una educación que fomente la reflexión ética, la participación crítica y la solidaridad activa, es la herramienta más poderosa para contrarrestar la ética del pillaje
En el plano institucional, los mecanismos de control, sanción o castigo legal aparecen solo de vez en cuando, y cuando lo hacen, su tibieza suele ser tal que refuerza la percepción de que “total, aquí no pasa nada… o muy poco”. Así, el desincentivo para dejar de infringir las normas es mínimo. Peor aún, se instala la creencia de que lo incorrecto está permitido, y que las instituciones simplemente miran hacia otro lado. Esto no hace más que profundizar la desconfianza en todas las escalas institucionales: desde la junta de vecinos, pasando por las municipalidades, los partidos políticos, el Congreso y hasta la Presidencia de la República. Casos como el “Caso Audios”, donde el poder judicial aparece viciado en una parte importante, no son más que una coronación de esta ética del pillaje: una cultura de la viveza mezquina y tóxica que parece haberse naturalizado. Lamentablemente, la lista es RE-larga…
¿Y cómo se sale de esto? ¿Está todo perdido? Una posibilidad permanente radica en la tesonera actitud de la honestidad, que debe proyectarse tanto en lo cotidiano como en las instituciones que nos organizan y nos moldean como personas y comunidades. Esta honestidad no anula nuestras legítimas libertades dentro de un marco democrático, sino que exige tensionarlas, cuestionarlas y mejorarlas. Sólo así podrá fortalecerse una democracia sustentada en una ética honesta, que, además, necesita de la tolerancia y la fraternidad para abrirse paso en este sombrío escenario. En este proceso, la educación cumple un rol insustituible: formar ciudadanos honestos, empáticos y comprometidos con el Bien Común. No se trata sólo de transmitir conocimientos, sino de cultivar principios, actitudes y responsabilidades que dignifiquen la convivencia. Una educación que fomente la reflexión ética, la participación crítica y la solidaridad activa, es la herramienta más poderosa para contrarrestar la ética del pillaje y cimentar una sociedad más justa, respetuosa y cohesionada.
Francisco Pizarro Olivares, Magíster en Neurociencia Social UDP, Psicólogo Clínico UCSH, Miembro fundador de la Sociedad Chilena de Neuropsicología Clínica
José Orellana Yáñez, Doctor en Estudios Americanos Instituto IDEA-USACH, Magister en Ciencia Política de la Universidad de Chile, Geógrafo y Licenciado en Geografía por la PUC de Chile. Integrante del Centro para el Desarrollo Comunal Padre Hurtado.
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