Pentecostes. El Espiritu Santo que nos renueva en un mismo amor, un mismo corazón

Domingo, 19 de Mayo

Claudio Medina Ibarra, Asesor de Pastoral UCSH Casa Central

Los disicipulos de Jesús, despues de su muerte y resurrección, siguen siendo judíos, sin embargo, ellos creen rotundamente que Jesús es el mesias esperado, el hijo de Dios. Como cualquier judío, los ahora apóstoles, seguían celebrando los ritos de su religión. Pentecostes en una de las fiestas principales donde recordaban cuando Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley. Durante esta celebración es que Lucas nos narra que “estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido… vieron aparecer unas lenguas como de fuego… (y) todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,1-4).

El relato cuenta que la multitud que vio a los disicipulos hablar en distintos idiomas, “se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua”. Lucas nos invita a ver este evento como la antitesis de la torre de Babel. En Genensis 11, el capitulo comienza “Todo el mundo hablaba una misma lengua y empleaba las mismas palabras”, es decir todos se entendían y podian organizarse sin mayores problemas, pero los hombres tuvieron una idea similar a la de Gn 2, dijeron: “Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre”. Es decir, quieren ser dioses. Como medida, Dios confunde su lengua y los dispersa por toda la tierra. Querer ser Dios es el mayor de los pecados, atenta al primer mandamiento: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí”. Atenta a la memoria de un pueblo que fue rescatado por un Dios que entra en la historia movido por el amor.

En relato de Hch 2, Dios quiere que todos entiendan la Buena Nueva, el Evangelio de Jesucristo: “todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”. El Espiritu Santo es quien da vida a esta nueva comunidad, la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

En esta nueva comunidad, donde Dios habita por medio del Espiritu, hay una sola lengua, la de la caridad, que nos ayuda a desplazar nuestro ego, nuestro deseo narcisista de “ser dioses”, y pone en nosotros la invitación que Pablo hace a la comunidad de Filipos: “Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás” (2,2-4).

Pidamosle al Señor en esta fiesta de Pentecostes que nos renueve con su Espiritu Santo y que sople en nuestras brazas para que el fuego de su amor encienda nuestra vida, nuestra comunidad y nuestra sociedad.

Tambien pidamos por este especial contexto eclesial, marcado por el dolor de los abusos dentro de la Iglesia, que el Espíritu nos ayude a sanar al cuerpo herido de Cristo.

Pidamos por las victimas de estos abusos, para que Dios Trino sople en sus vidas y les de la paz y el amor de su Gracia que necesitan para sanar.

También pidamos por los abusadores, para que reciban el Espíritu Santo y los dones del Santo temor de Dios, para que tomen consciencia del daño que hicieron y encuentren el camino para volver a la Iglesia de Cristo.

Por último, pidamos por todas/os las/los discípulos reunidos en esta fe en Dios Trino, para que podamos recibir el don de la Piedad y así abrazar las heridas que padecemos hoy en nuestra Iglesia.

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