Columna de opinión | Navidad: De buena fe

Luego de un tiempo de adviento marcado por el recrudecimiento de varios conflictos en diferentes partes del mundo, cuyas consecuencias seguirán afectándonos como humanidad, no sólo por lo ecológico, la manera en que entendemos y vivimos los derechos humanos, las relaciones sociales, la política, la economía, la democracia, la interacción de las culturas y hasta nuestra manera de ser y estar en el mundo.
A nivel más local, a propósito de la negociación colectiva con uno de los sindicatos de nuestra comunidad universitaria, no deja de darme vueltas la frase “De buena fe”, no importa si por los buenos oficios, las intenciones detrás de los movimientos para la negociación en sí misma, sino sobre todo por el sentido común de esas palabras.
Que los seres humanos actuamos de buena fe, que desde que Jesús nos mostró con su vida la naturaleza de la humanidad, de ser hijos e hijas de Dios, tenemos más certeza de nuestra identidad hacia el amor, el crecimiento, el desarrollo no sólo de cada persona sino sobre todo como comunidad, como humanidad.
Y de eso se trata este tiempo de navidad, de volver a la fuente, de volver a nuestra esencia como seres humanos, capaces de dar más, de amar más, de esperar más, de sostener más, de ser más.
En este contexto que podemos estar sintiendo adverso, tenso, estresante, de cansancio acumulado, de tensiones que parecieran insalvables, conmemoramos el nacimiento del Hijo de Dios entre los sencillos y de manera sencilla, junto a los pastores y los sabios, siguiendo la luz de una estrella que aunque desconocida e incierta, ilumina los senderos hacia nuestra salvación como humanidad, el amor de Dios encarnado en uno como nosotros, que creció trabajando con sus manos, con su voz, con sus actitudes y gestos de fraternidad especialmente hacia los más débiles, excluidos, diferentes, extranjeros, enfermos, segregados, marginados.
El Papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti nos da pistas para vivir este tiempo
“En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (FT 225)
Seamos esos artesanos de paz, primero en nuestro interior, luego en nuestras familias, hogares, trabajos, lugares de estudio, de tránsito, nuestros entornos más cercanos y poco a poco empezaremos a ver el destello de la estrella de la esperanza en un mundo más humano, que viva “de buena fe” desde lo innovador y creativo para sentir más claro el propósito de nuestras vidas y comunidad, poder ser fraternos, relacionarnos con amor y paz y en armonía con nuestra casa común, nuestra tierra.
Por Giselle García-Hjarles Villanueva
Directora de Pastoral UCSH
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