Vía Le Monde Diplomatique

Las lluvias de las últimas semanas han evidenciado un escenario dramático sobre los efectos de los mal llamados “desastres naturales”: amplias zonas urbanas bajo el agua por no contar con adecuados sistemas de recolección y evacuación de aguas lluvias, desbordes de ríos y canales a causa del aumento de sus caudales, deslizamientos de tierra producto del arrastre de sedimentos tras años de sequías, socavones producto de la edificación en suelos no aptos para ello o en zonas propensas a inundaciones, basura acumulada en cauces de ríos, canales y quebradas, producto de la acción humana, por solo nombrar algunas de las dificultades vistas recientemente.

Sin duda, el problema no es que llueva en otoño e invierno, sino que frente a escenarios de riesgo como los descritos, hemos aprendido poco, tendiendo a asociar estos desastres, solo con causas naturales, ignorando e invisibilizando la responsabilidad que nos compete en el desarrollo de estos eventos.

Al final del día, es la sociedad expresada en las y los vecinos quienes toman decisiones, hoy o en el pasado, sin considerar las posibles consecuencias de largo plazo. Por eso, cuando los desastres ocurren, se opta por soluciones temporales como colocar sacos de arena, entregar viviendas de emergencia o pagar un bono de arriendo, mientras se restablece la normalidad. Todo esto, a la espera de que el problema se repita el invierno siguiente.

¿Cuál puede ser la causa de esta actitud reactiva a los efectos de los desastres socio naturales que afectan regularmente a nuestro país? ¿Qué nos falta para mejorar nuestros mecanismos de respuesta frente a la emergencia? ¿Cómo generamos una actitud social diferente frente al riesgo, de carácter preventiva, y que permita anticiparse a sus efectos destructores? Por cierto, se necesita mejorar los instrumentos de planificación territorial de que disponemos, así como fortalecer los mecanismos de alerta temprana y que la institucionalidad pública de respuesta ante desastres, como SENAPRED. La clave, desde nuestra perspectiva, es fortalecer la educación geográfica de la sociedad chilena, de modo que la ciudadanía cuente con los conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para responder y adaptarse a fenómenos que, producto del cambio climático, serán cada vez más frecuentes e intensos.

Ante este desafío, la educación geográfica en el sistema escolar, más allá del electivo de formación diferenciada presente en la Educación Media, requiere adaptarse y superar una visión descriptiva y superficial de las características del espacio geográfico. Urge que el currículum escolar se encargue de abordar y discutir los desastres socio naturales y sus consecuencias, en un contexto de cambio climático, y con un enfoque multiescalar y transversal en todos los niveles, pues es parte de nuestra cotidianeidad, lo que hace imperativo comprender las diferentes escalas de cambio de las condiciones climáticas para la habitabilidad presente y futura de los entornos geográficos.

Necesitamos entender de mejor manera los Instrumentos de Planificación Territorial que utilizamos para ordenar y planificar el espacio geográfico y las diferentes actividades que se desarrollan en él. Si la ciudadanía desconoce lo que es, por ejemplo, un plan regulador y para qué sirve ¿cómo podríamos saber si una actividad se ubica y vincula en armonía con el territorio donde se emplaza?

Lluvias torrenciales seguiremos teniendo. Enfrentar sus efectos con una ciudadanía educada, informada y empoderada frente a las amenazas y riegos, permite abordarlos en mejor posición, de manera proactiva y consciente. Dotar a los habitantes de herramientas para responder oportunamente a los efectos de los desastres socio naturales, potenciando la memoria social y comunitaria frente a los desastres, es urgente, y solo lo conseguiremos con más y mejor educación geográfica.

Mauricio Arce Argomedo – Paulina Gatica Araya. Académicos Pedagogía en Historia y Geografía UCSH

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