Los textos bíblicos que nos acompañan en el Miércoles de Cenizas y el inicio de la Cuaresma nos invitan a un profundo examen de conciencia y a un compromiso sincero con Dios. En la lectura del profeta Joel (2, 12-18), se nos llama a la conversión, no solo exterior, sino desde lo más profundo del ser. La invitación es clara: «Desgarren su corazón y no sus vestiduras» (Jo 2,13), es decir, que la penitencia y el arrepentimiento deben ser auténticos, nacidos de un cambio interior genuino.
Dios nos invita a rasgar lo que está dentro: el corazón. Esto sugiere que Él no se interesa únicamente en los rituales exteriores o en lo que se ve, sino en el cambio real que debe suceder en lo más profundo del ser. La verdadera conversión comienza en el interior, en la disposición del corazón a volverse hacia Él, quien es compasivo, misericordioso y siempre está dispuesto a perdonar, a pesar de nuestras infidelidades.
Joel también nos llama a vivir esta conversión como un pueblo unido. El ayuno y la oración no son actos individuales, sino comunitarios, como se menciona en la convocatoria a reunir a todos: «Reúnan al pueblo, convoquen a la asamblea» (Jo 2,16). La conversión no es un proceso aislado; debe involucrar a toda la comunidad, buscando la sanación y la reconciliación colectiva. Este es un llamado de esperanza, pues al unirnos como pueblo, la gracia de Dios puede sanar y transformar a cada uno de nosotros, fortaleciendo la unidad y la fe en el amor de Dios.
Por otro lado, en el evangelio de Mateo (6, 1-6. 16-18), Jesús nos enseña la importancia de la sinceridad en nuestra relación con Dios. El ayuno, la limosna y la oración no deben ser actos de ostentación, de buscar protagonismo o reconocimiento ante los demás, sino gestos íntimos y sinceros que busquen agradar a Dios y no la admiración humana. Jesús subraya que nuestra verdadera recompensa proviene de Dios, quien ve lo que se realiza en lo secreto, en lo más íntimo. El desafío, entonces, es vivir estos actos de piedad con pureza de intención, sin buscar el reconocimiento humano, sino solo la cercanía con el Padre. Este es un acto de esperanza, donde la verdadera recompensa se encuentra en Dios, quien nos mira con compasión y nos llena de su gracia.
Jesús nos desafía a vivir la oración, el ayuno y la limosna de manera discreta, sin buscar reconocimiento ni aprobación social. La verdadera recompensa no viene del aplauso o los halagos de los demás, sino de Dios, quien ve lo que se hace en lo oculto. Así, el Señor nos recuerda que nuestra relación con Él debe estar motivada por el amor, no por la vanidad o el deseo de ser admirados, que tan a menudo se contrapone con la búsqueda frenética del protagonismo individual.
Cuando Jesús habla del ayuno, por ejemplo, nos invita a que no lo hagamos con rostro triste y desfigurado, como los hipócritas, sino a vivirlo con alegría y discreción: «Perfuma tu cabeza y lava tu rostro» (Mt 6,17). Este gesto de limpieza exterior refleja la pureza que debe acompañar nuestro interior. Si nuestra penitencia está llena de amargura o quejas, hemos perdido el sentido profundo de lo que significa ayunar. Aquí se nos recuerda que la Cuaresma no debe ser vivida como una carga, sino como una oportunidad para renovar nuestro corazón en la esperanza de la resurrección.
En este inicio de la Cuaresma, la llamada es a vivir este tiempo de penitencia y conversión con autenticidad, alejándonos de las apariencias y buscando la transformación del corazón. La Cuaresma es un tiempo propicio para revisar nuestras actitudes y volver a Dios con un corazón humilde y sincero, sabiendo que Él nos recibe con brazos abiertos, llenos de esperanza.
Finalmente, vivir la Cuaresma en medio de la comunidad de la UCSH de manera auténtica implica un examen de conciencia sobre nuestras motivaciones. En nuestro contexto, podemos hacer un propósito de transformar nuestras actitudes hacia el estudio, la convivencia y el servicio. ¿Lo que hacemos en la universidad lo hacemos por un vano reconocimiento o por amor a Dios y al prójimo? Esta Cuaresma, más allá de los gestos externos, nos invita a que cada acción, cada palabra y cada decisión surja de un corazón sincero, buscando siempre la gloria de Dios y el bien de nuestra comunidad universitaria y social. Vivir con esperanza significa actuar con integridad y generosidad, confiando en que nuestras pequeñas acciones, por humildes que sean, pueden tener un impacto profundo y positivo en nuestra comunidad.
Gustavo Albornoz, Director de la Pastoral Universitaria UCSH