Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. La palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”.
Una Palabra viva para todos los tiempos
“El Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.”
¡Qué mensaje tan esperanzador nos ofrece el Evangelio de este Domingo de Pascua!: “Dios mantendrá viva su Palabra para toda la humanidad y para todos los tiempos”. En esta afirmación resplandece una verdad esencial de nuestra fe: la Palabra de Dios no es un eco del pasado, sino una voz viva que sigue resonando hoy en el corazón del mundo y de cada creyente.
A lo largo de la historia, Dios —como un auténtico pedagogo— ha acompañado y formado al género humano en el conocimiento de su voluntad. Así lo proclama con belleza la Constitución Dei Verbum:
“Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, ‘últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo’. […] finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros” (DV 4).
Vivimos el tiempo del Espíritu Santo, el gran protagonista de la historia de la salvación en este presente eclesial. Él guía a la Iglesia, lo que significa: acompaña a cada bautizado, anima a todo creyente, impulsa a toda comunidad. El Padre no nos ha dejado solo un libro sagrado, ni una comunidad reunida, ni unas celebraciones bellas como simples recuerdos de un evento pasado. No. Dios permanece presente y activo en las Escrituras, en la Iglesia y en cada liturgia gracias a la acción silenciosa y poderosa del Espíritu.
¡Qué alegría saber que el Dios Trino no es un espectador distante del devenir humano! No está sentado en un palco observando la historia. Es un Dios que participa, que actúa misteriosa y amorosamente, para que su Palabra no sea olvidada, sino acogida, vivida, celebrada y transmitida.
El Evangelio de hoy nos presenta al Paráclito como auxilio e inspirador. Pero también nos plantea un desafío existencial y radical:
“El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”.
Cumplir la Palabra es un signo de amor. Sin embargo, bien sabemos que para nuestra naturaleza herida esto no es fácil. Preparar nuestro interior como morada para el Dios Trino no es una tarea que podamos realizar con nuestras propias fuerzas. Pero Dios, que nos conoce íntimamente, que sabe de qué estamos hechos, no nos deja solos. Como el mejor de los maestros, toma nuestra mano y nos acompaña paso a paso en el camino hacia Él.
Eso sí: la Gracia no anula nuestra responsabilidad. Estamos llamados a cooperar activamente con ella. Como decía un antiguo dicho lleno de sabiduría:
“Hacer todo, como si todo dependiera de mí, sabiendo que todo depende de Dios”.
Con ese mismo espíritu de esperanza, hacemos nuestras las palabras del Papa León XIV, quien nos alienta a confiar en el Dios sembrador:
“Si nos damos cuenta de que no somos terreno fértil, no nos desanimemos, sino pidámosle que siga trabajando en nosotros para convertirnos en terreno mejor”. (LEÓN XIV. AUDIENCIA GENERAL. Plaza de San Pedro. Miércoles, 21 de mayo de 2025).
Anclados en la Esperanza, Peregrinos con los Jóvenes
Claudio Medina Ibarra.
Asesor Pastoral Universitaria UCSH