Vía La Tercera

En Chile, alrededor de 233 mil niñas y niños entre los 0 a 5 años se encuentran en listas de espera para entrar a un jardín financiado por el Estado, según revela Observatorio Niñez. A 35 familias que se encontraban en esta situación en la comuna de Santiago, en septiembre de 2023 se les presentó una oportunidad: asistir al primer Centro de Aprendizaje Familiar de Chile (CAF), una propuesta educativa de Educación 2020 que involucra a las familias en la experiencia de aprendizaje de sus hijos y que busca ser una alternativa gratuita para niñas y niños que, por falta de vacantes, no han podido acceder a la educación parvularia.

Fabiola Saldías (25), Educadora de Párvulos de la Universidad Católica Silva Henríquez, recuerda que al iniciar su práctica profesional en septiembre de 2023 conoció a Pedro (su nombre ha sido cambiado para este reportaje), un niño que a sus tres años no sabía decir ni una sola palabra y que para expresarse “sólo hacía ruidos, como quejándose. No gesticulaba ni movía su cuerpo para mostrar lo que le pasaba”, cuenta Fabiola. En su corta vida, Pedro no había tenido la oportunidad de salir de su casa para asistir a un jardín infantil (educación parvularia que corresponde entre los 0 y 5 años), ya que se encontraba dentro de las casi 4000 niñas y niños en lista de espera para los jardines infantiles públicos de la comuna de Santiago, según estimaciones de la Corporación para la Infancia de Santiago.

Sin embargo, en septiembre de 2023 a él y a otras 34 niñas y niños entre 2 a 4 años, en su mayoría de familias migrantes que se encontraban en la misma situación, se les presentó una oportunidad desde la Corporación para la Infancia de Santiago –que administra 21 jardines infantiles públicos y salas cunas en la comuna–, Educación 2020 y el apoyo de Fundación Angelini: asistir al primer Centro de Aprendizaje Familiar de Chile (CAF), ubicado en la Casa Igualdad del Barrio Matta Sur. No se trataba de un jardín infantil tradicional, sino más bien de una propuesta educativa diseñada por Educación 2020 e implementada por la Corporación para la Infancia de Santiago, para entregar una opción educativa no formal a niñas y niños, que involucra a los cuidadores en la experiencia educativa. Además, busca ser una alternativa gratuita para niñas y niños que, por los escasos cupos en los jardines infantiles públicos en algunas regiones, no han podido acceder a la educación parvularia.

En Chile, la educación parvularia no es obligatoria. Según datos de Observatorio Niñez, centro de Fundación Colunga que recopila, sistematiza y analiza datos de niñez, de los 1,4 millones de niñas y niños entre 0 y 5 años que hay en el país, alrededor de 700.000 no están matriculados ni en salas cunas ni jardines infantiles. El mismo centro señala que lo difícil en esta materia es estimar las razones por las que ese 50% no está matriculado en educación parvularia: “Una alternativa puede ser las preferencias de madres, padres o cuidadores, pero también puede ser que exista una brecha entre las plazas ofrecidas y las necesidades de cada territorio”, se lee en la plataforma.

El estudio Mil Primeros Días, de la Pontificia Universidad Católica de Chile y el Centro Justicia Educacional, reveló que de 950 familias de la Región Metropolitana encuestadas, 22% decide no enviar a sus hijas e hijos a jardín o sala de cuna por la desconfianza en el cuidado que recibiría, mientras que un 16% cree que su hijo o hija es muy pequeño(a) aún, o está esperando que cumpla algún hito de desarrollo –por ejemplo, hablar–. Por su lado, una de cada cinco cuidadoras migrantes declara que no tiene cupo o vacante y esta es la razón por la que no envía a su hijo o hija.

Según reportes de Chile Crece Contigo, en octubre del año pasado 233.000 familias solicitaron un cupo de sala cuna o jardín infantil, y de este grupo, la mitad (116 mil) no recibió en ese mes una gestión oportuna. Estas proyecciones, según señala Observatorio Niñez, permiten estimar que en el país al menos existe una brecha de cobertura de aproximadamente 225.647 plazas, y que 41% de ellas se concentran en 20 comunas que encabezan Puente Alto, Maipú, Antofagasta y Santiago Centro. En esta última, de los 29.046 niñas y niños que hay en la comuna, 19.738 no se encuentran matriculados en ninguna opción formal, según evidencian datos del mismo centro de Fundación Colunga.

Ante esos problemas, el CAF se plantea como una alternativa para quienes quieren matricular a sus hijos y no tienen cupos, pero también para quienes deciden –por diversas razones– no enviar a sus hijos a la educación parvularia. “Esta propuesta nace ante la existencia de falta de cobertura en territorios específicos que generan listas de espera en el sistema formal, y por otro lado, la hipótesis que una proporción importante de familias no están optando por matricular a sus hijos e hijas en los jardines y salas de cuna”, dice Romina León, jefa de Proyectos de Educación 2020 y quien lideró el CAF desde dicha fundación.

Por lo mismo, el corazón de esta iniciativa es que, a diferencia de un jardín infantil tradicional, se involucra a las familias en todo momento dentro de la experiencia de aprendizaje: “Aquí los papás, mamás, abuelos, tíos, o quien esté a cargo de cuidar, tiene una responsabilidad dentro del aula que es educativa y son, al igual que las educadoras, parte del equipo pedagógico. Si tienen que retirarse por trabajo o lo que sea, los niños se van con ellos”, recalca Fabiola Saldías, quien junto a Tamara Flores, también Educadora de Párvulos de la misma universidad, fueron parte del equipo de educadoras de este proyecto piloto.

“Obviamente era un desafío grande, porque nosotras teníamos que trabajar codo a codo con las y los cuidadores que no tienen formación parvularia. Eso es algo que no ocurre en las prácticas profesionales, pero nos inspiró mucho ser un aporte para aquellas familias que tienen la intención de ser parte de la educación de sus hijos y que no tenían otra oportunidad de acceder a un jardín”, dice.

Ese trabajo conjunto que caracteriza al CAF, cuenta Fabiola, consiste en guiar a los cuidadores con los niños mientras ellos hacen actividades pedagógicas, se relacionan con el barrio y aprenden mientras juegan: “Los íbamos apoyando en, por ejemplo, que no estuvieran con el celular mientras los niños hacían algo, o que hicieran la actividad juntos y después el niño siguiera, y así”, recalca. De esa manera las niñas y niños lograron compartir entre ellos, con los adultos a cargo, pero también con el entorno en actividades como ir a comprar a un local del barrio, así como recolectar y jugar con las hojas caídas de los árboles en un parque cercano.

Al finalizar el proyecto a fines de noviembre, Fabiola recuerda que Pedro era un niño diferente al que había conocido a inicios de septiembre: “Pese a que aún le falta asistir al fonoaudiólogo para desarrollar su habla, logró expresarse más claramente con la voz, los gestos y los sonidos. Te llamaba del delantal, te mostraba lo que dibujaba, fue un cambio muy grande y el más notorio de todos los niños. Eso se da por una educación integral que da el CAF, pero también porque haya salido de su casa para aprender”, recuerda.

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