Pacto Educativo Global: a cinco años de su publicación
Vía El Desconcierto
Chile, y quienes son responsables de pensar, conducir y orientar los procesos educativos, debieran seguir leyendo este documento e invitación, para mirar nuestros contextos, espacios y prácticas pedagógicas.
El 12 de septiembre se cumplieron cinco años de la convocatoria que hiciera el Papa Francisco, en el que nos invita a un Pacto Educativo Global, es decir a un diálogo por el cuidado de nuestro planeta y a la necesidad de invertir en los talentos de cada uno y cada una, porque se requiere de un gran cambio educativo, que promueva, como lo anuncia el documento: “madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora”.
Pero lo más importante de este llamado son nuestros y nuestras jóvenes, pues con y por ellos y ellas debemos “reavivar una educación más abierta, incluyente, de escucha paciente, de diálogo constructivo y mutua comprensión”.
El Papa Francisco nos invita a construir una aldea de la educación. No se trata de salir del mundo o buscar nuevos refugios para hablar de educación, significa mirar lo que hacemos, cómo vivimos en nuestras escuelas de una manera nueva. De varios modos, se trata de construir nuevos sentidos en el educarnos: nuevas formas de relacionarnos; buscar convergencias para todos y cada uno y una, buscar en la vida cotidiana el sentido profundo de lo que somos.
Muchas veces, cuando volvemos a leer las palabras del Papa, nos invade un momento de reflexión e introspección, pero que nos lleva a reanimar prácticas y renovar prácticas pedagógicas, metodológicas e incluso didácticas. También ocurre al revés, de tanto mirarnos, olvidamos que nuestra tarea está en un quehacer con otros y otras.
En una tarea en la que mi responsabilidad no estriba exclusivamente en “hacer mi pega”, sino que, con otros y con otras somos corresponsables de la experiencia educativa en procesos comunicativos e interactivos, en los cuales debemos acogernos, reconocernos, aceptarnos, respetarnos y formarnos.
Se trata de poner a la persona en el centro. Esta tarea es hoy fundamental en nuestras escuelas. Muchas veces mantener roles rígidos en lo disciplinar, epistémico o de gestión, no permite mirarnos en aquella gramática, en un lenguaje que nos hace cercanos, nos reconocemos, nos hablamos en la diferencia y en la diversidad, para construir lo básico: estar siempre en relación con los demás.
Cada ciencia, cada asignatura, cada nivel, cada granito de saber, de hacer, nos debe permitir lograr cierta inspiración que nos ayude a buscar siempre reconocernos entre los demás. Está bien que la educación sea escolarización y socialización, pero no debemos olvidar que también es individuación, es decir ir formándonos en el Sí Mismo junto con otros/as en prácticas sociales.
l Pacto Global nos invita a reflexionar como educadores y profesores y profesoras en formación a ejercer nuestras prácticas pedagógicas pensando en la sociedad que queremos y no en cómo resolver en la inmediatez la sociedad en que vivimos.
La interculturalidad y el respeto a la perspectiva de género, nos invitan a construir espacios en la diversidad. En este sentido, el Pacto Global es una vuelta a mirar nuestras escuelas, nuestras universidades, para que eduquen y formen para la aprehensión y goce del tiempo lento y hondo en el que germinan las palabras, las ideas, los valores y las conversiones con sentido.
El ocio, por ejemplo, como lo dijera el filósofo Fidel Sepúlveda es la instancia donde el ser de cada uno y una reconoce sus fronteras y sus horizontes. Por sus fronteras cúbicas, su contexto. Por sus horizontes pondera su infinitud. Esto no se hace entre el tráfago y el vértigo. Se hace cuando las aguas están calmas, han hecho claridad en su caudal y la transparencia revela su profundidad y potencia.
Claramente hay realidades en que, como educadores y educadoras, se nos hace inexorable pensar y actuar. Será posible que, hasta el día de hoy, al leer un proyecto educativo, nos encontremos con metáforas en las que soñamos, pero que traen consigo una seguidilla de normas que funcionan para una buena gestión, pero no para un buen vivir, convivir o mirarnos en la confianza.
Será que aún necesitamos de la rigidez de evaluaciones que indiquen cuánto no sabe un estudiante, por sobre lo que puede y cómo podría conocer. Y qué tal si empezamos a reconocer lo que sí saben los niños, niñas y adolescentes del siglo XXI. Y veremos que saben mucho. Claro, porque el conocer dice de cómo vivir y convivir en una misma barca, como dice el Papa Francisco.
Ahora que estamos en septiembre es pertinente tener presente a ese Padre de la Patria, el Cardenal Silva Henríquez, cuando decía «pido y ruego se escuche a los jóvenes». Y ya cercanos al cuarto de siglo, de su homilía “El alma de Chile”, podemos empezar a reverdecer el futuro con esperanza, desde el protagonismo de cada uno/una y el compromiso personal y comunitario basado en el reconocimiento de nuestra humanidad y la de los otros/as, y de que todos habitamos este planeta, y desde el reconocimiento de la dimensión trascendente de cada ser humano.
Sean estos cinco años del Pacto Global, una invitación además a nuestras instituciones de educación superior. La falta de educadores y educadoras pronosticadas para Chile, nos deben provocar y remecer en ese tiempo de cómo formamos y soñamos una educación que en nombre de una sociedad más justa, solidaria y amorosa comprenda cuánta semilla existe en cada niño, niña adolescentes y jóvenes, para ver una nueva patria floreciendo, siempre.
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