Malvinas, 40 años… las guerras

11 de Abril 2022
Categoría: CISJU Columna DIPOS Prensa UCSH

Es nítida la imagen en mi pésima memoria; recuerdo con claridad ese libro fotocopiado de crónicas periodísticas de García Márquez, su cara sonriente y bonachona en la portada, el olor de ese papel, la mala calidad de la copia. Lo recuerdo, a pesar de mi pésima memoria, por la impresión dolorosa que me causó lo que leí. El relato hablaba de un soldado de Malvinas que había retornado al continente. Desde una cabina pública de teléfonos, de esas que había entonces en las veredas, llamaba a su mamá para decirle que ya iba en camino. Le preguntaba si podía llevar a un compañero que había perdido una pierna en la guerra, y ella le decía que prefería que no, que no sabía si iba a poder soportar esa imagen. El soldado colgaba, y se quitaba la vida. El que había perdido la pierna era él.

No estoy segura si era una historia real, pero el que fuera parte de un libro de crónicas periodísticas le daba veracidad, o verosimilitud al menos. Además, lo sabemos, las historias reales fueron tan o más duras. Han muerto más soldados (veteranos) por suicidios después de la guerra que en la guerra misma, nada más contundente que eso para tener una idea de la crueldad de esa guerra infame para los colimbas que mandó a morir la dictadura.

Eso es para mí Malvinas, esos chicos que fueron a morir porque lo decidió una dictadura borracha y sangrienta. “Los chicos de la guerra”, esos a los que le escribíamos cartas en la escuela aquel abril de 1982, del que se están cumpliendo 40 años. Por eso entiendo el sentido de esos carteles que a lo largo del territorio nos recuerdan que “las Malvinas son argentinas”, esos que les resultan absurdos o incomprensibles a los amigos o conocidos extranjeros que me preguntan por ellos. Esos que sé que son un alarido nacionalista por una herida mal curada, como esas infecciones no tratadas que después se vuelven una peste crónica. Esos que no se hacen cargo de que las personas que viven en ese territorio quieren seguir siendo ingleses, y aunque Inglaterra los trate como ciudadanos de segunda clase, tienen derecho a la autodeterminación, ¿o no?

Para mí Malvinas es eso, el dolor de los chicos y una vergüenza parricida. Igual, lo reconozco, escucho la marcha a Malvinas, esa que cantábamos todos los días en la escuela por aquel tiempo, y me emociono cuando dice que, “por ausente, por vencido, bajo extraño pabellón, ningún suelo [es] más querido, de la patria en su extensión”. Aunque sé que sería necesario y urgente, por ejemplo, que quisiéramos del mismo modo el monte saqueado de los qom, igual esa marcha marcial me toca una fibra, como prueba de lo efectiva que es la escuela para amasar nacionalismo. Cuesta ponerle juicio crítico a esos aprendizajes cuando una tiene 6 años.

Eso es Malvinas para mí… Los chicos con frío, los chicos con hambre, los chicos con miedo, los chicos masacrados y violados por los gurkas y por una dictadura, los chicos enterrados en las islas, en tumbas que tanto esfuerzo diplomático cuesta para poder ir a visitar, los chicos que murieron y se quedaron allá, y los que vivieron, pero igual se quedaron allá. Eso es Malvinas para mí, y me duele más que en el 82, en este mundo que ahora veo como adulta, en este mundo una vez más en guerra.

  • Fernanda Stang, Investigadora en temas migratorios, Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU), Universidad Católica Silva Henríquez (UCSH).

Fuente: El Mostrador

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