Depresión infantil, un trastorno frecuente que puede partir desde los cuatro años: cómo prevenirlo

Alteraciones del sueño y el apetito, dolencias sin causa médica, dificultades de concentración, disminución del interés, cambios en el comportamiento sin causa específica son algunos de los síntomas. Según datos de la Universidad de Chile, la prevalencia de depresión infantil alcanza el 5% en Chile y va en alza. Escuchar, atender y validar las emociones desde la empatía, junto con promover interacciones sanas, las claves.
16 de Enero 2023
Categoría: CEAC Prensa UCSH

(Vía El Mostrador)

“La depresión infantil existe”, afirmó María Cecilia Besser, Magíster en Psicología Clínica de la Pontificia Universidad Católica y directora del Centro de Estudios y Atención a la Comunidad (CEAC) de la Universidad Católica Silva Henríquez (UCSH). Partir desde ese punto “es lo primero”, ya que muchas veces se tiende a invisibilizar.

“Muchas veces se cree que los síntomas de los niños responden más a pataletas o ‘mañas’ que a una enfermedad real”, sostuvo la académica. Contrario a ello, la depresión infantil es una enfermedad que se puede catalogar como tal desde la primera infancia hasta los 18 años.

“Si bien no existe una edad específica para hablar de depresión infantil, se presenta de manera más frecuente a partir de los 4 años de edad, aunque hemos visto casos de depresión de niños de un año de edad”, sumó.

Respecto de este tema, el psicólogo del Centro de Atención Psicológica (CAPSI) de la Universidad Autónoma de Chile (sede Talca), Cristian Palma, agregó que incluso “se han observado síntomas de depresión en bebés”, lo cual “es factible” pues la salud mental “se configura desde nuestras primeras experiencias, las que pueden incluir las intrauterinas y, posterior al nacimiento, las interacciones con las figuras de cuidado”, explicó.

Las causas de la enfermedad son diversas.

“Existe consenso de que la mayoría de las veces son multisistémicas, incorporando variables biológicas y contextuales”, detalló Besser. En esta línea, tanto la académica de la UCSH, como el de la UA, coincidieron en que existen causas frecuentes, como duelos, separación o problemas de los padres, violencia escolar, abandono, crianzas violentas y/o autoritarias y otros factores de “estrés psicosocial”.

Los síntomas, por otro lado, dependen del tipo de trastorno depresivo que esté cursando el menor. El DSM-5, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, reconoce dentro de ellos el Trastorno de desregulación destructiva del estado de ánimo; Trastorno de depresión mayor; Trastorno depresivo persistente;  Trastorno disfórico premenstrual; Trastorno depresivo inducido por una sustancia/medicamento y Trastorno depresivo debido a otra afección médica.

Irritabilidad, un síntoma característico

Según datos de la Universidad de Chile, la prevalencia de depresión infantil alcanza el 5% en Chile y va en alza. Y aunque la tristeza y el llanto o la apariencia de ánimo deprimido se asocian a la depresión, no en todos los casos son sus sinónimos.

Para Palma, “debemos ser cuidadosos como sociedad para no patologizar expresiones emocionales normales, por ejemplo, cuando un niño se siente triste después de haber obtenido una calificación baja en la escuela”.

“Es importante reconocer la irritabilidad como síntoma principal, es decir, las manifestaciones de desregulación emocional que tienden a ser vistas por los adultos como problemas conductuales, como los excesos de cólera, las rabietas, las agresiones; en general, una excesiva sensibilidad”, profundizó el psicólogo de orientación cognitivo-conductual.

“Se habla de excesivo cuando la reacción emocional es desproporcionada a la situación o evento que la gatilló”, agregó. Asimismo, destacó que la depresión también puede manifestarse en dificultades de atención y concentración “que pueden conllevar a bajas en el rendimiento académico; disminución de la vitalidad, del interés por el juego y por socializar con sus pares, que pueden observarse como aislamiento social y como un enlentecimiento en su conducta general”.

Alteraciones o dificultades del sueño, dormir más de lo acostumbrado, presentar despertares frecuentes durante la noche, incluyendo pesadillas y/o terrores nocturnos,  alteraciones del apetito, como inapetencia o aumento de ganas de comer que afectan en la disminución o ganancia de peso, miedos irracionales, fobias, ansiedad, síntomas  “psicóticos como alucinaciones”, también pueden ocurrir. “Las quejas frecuentes, sobre problemas físicos sin causa médica, como dolores de cabeza, estómago, náuseas u otros, pueden ser síntomas”, agregó Besser.

“Niños deprimidos también pueden presentar pensamientos de muerte, e incluso ideación e intentos suicidas, lo cual es un indicador de gravedad, frente al cual se debe actuar con inmediatez para resguardar la vida del niño o adolescente”, subrayó Cristian Palma.

Diagnóstico y tratamiento

El cambio en el comportamiento del niño que no responde a una causa específica, por ejemplo, un niño con buenos hábitos alimenticios que deja de comer, o un niño sociable que ya no quiere estar con sus amigos, son indicadores importantes de alerta, explicó la psicóloga de orientación sistémica. La conducta suicida también existe y “es el riesgo máximo de la depresión infantil”, añadió. En ambos casos, siempre se recomienda asistir a un especialista que pueda realizar la evaluación pertinente.

Una vez recibido el diagnóstico, se requiere de terapias psicológicas “y en niños de edad preescolar es más efectivo intervenir también a padres, madres y/o cuidadores”, explicó Palma. Para Bresser, dependiendo del caso puede sumarse asimismo a la comunidad escolar en el tratamiento. Y además de esto, en casos más severos también se puede requerir uso de fármacos.

¿Puede ser crónico? Según lo descrito por Cristian Palma, un “episodio depresivo” puede extenderse por algunas semanas “y luego de alguna intervención breve y específica se resuelve, o porque cambian las condiciones de su entorno”. Igualmente, puede haber casos en que la sintomatología se extienda por períodos prolongados, para lo cual se requiere otro tipo de intervención.

“En los últimos años hemos estado expuestos a estresores psicosociales diferentes a los experimentados en generaciones anteriores, y más que un incremento en las tasas de depresión infantil puede observarse que los niños se deprimen a partir de una configuración diferente de factores, en comparación a las generaciones anteriores”, explicó el psicólogo de la Universidad Autónoma de Chile.

“Nuestros padres quizás tendían a deprimirse por la dificultad general para satisfacer necesidades desde lo material, o por la normalización del maltrato. Los niños de hoy, en cambio, demuestran mayor afectación emocional cuando no se les escucha, cuando se les presta menos atención de la que requieren y, potencialmente, por un umbral más bajo de

tolerancia a la frustración, que tendría relación con la gratificación inmediata que obtienen a partir de los dispositivos electrónicos y por un estilo de paternidad que tiende a la permisividad”, añadió.

En esta línea,  la pandemia expuso a los niños a convivir con los miembros de su familia un mayor número de horas al día en tiempos de confinamiento.

“Era demandante en lo que se refiere a las interacciones; el mismo confinamiento dejó a la mayoría en aislamiento social respecto de sus pares de escuelas y trabajos, y el retorno a la presencialidad exigió que nos esforcemos por adaptarnos desde los hábitos más básicos, como respetar horarios, hasta comportamientos más complejos, como poner en práctica habilidades sociales con los demás. Esta época de cambios sucesivos, temores e incertidumbre, es un escenario poco favorable para la salud mental de los niños”, expresó Palma.

Sin embargo, una consecuencia positiva de la pandemia que valoró el psicólogo fue que “trajo mayor conciencia de las necesidades socioemocionales en los niños” y desde el Ministerio de Educación se le dio mayor importancia en el currículum nacional durante y después del confinamiento.

Pero la salud mental es una responsabilidad social colectiva que requiere de la atención de distintas esferas, entre ellas el hogar.

La prevención desde la familia

Todas las estrategias de prevención de esta enfermedad a edad temprana, tienen relación con “la promoción de interacciones bientratantes en los contextos en que insertan niños y niñas”, advirtió Palma.

“Esto parte desde la vinculación afectiva que sostiene el apego en los lactantes, entonces se requiere de políticas públicas que apoyen la disponibilidad de la madre para el neonato, y no solo hasta los primeros seis meses, porque hoy se sabe que el apego puede consolidarse hasta el año”, dijo.

“Tampoco que el postnatal extendido sea “beneficio” exclusivo de la madre, sino del padre (hablo pensando en una familia tradicional, pero comprendiendo, al mismo tiempo, la existencia de otras configuraciones familiares) porque asegurando la satisfacción de necesidades en la primera infancia hoy, tendremos una sociedad más sana en el futuro”.

“El buen trato también debe estar presente, y de forma efectiva, en los entornos educativos, puesto que es un contexto de desarrollo altamente relevante para los niños, porque viven en sus establecimientos educativos la mayor parte del día y por eso las políticas de convivencia escolar son fundamentales”, agregó.

Para María Cecilia Besser, “aumentar los factores protectores y disminuir los de riesgo” también es crucial. “La mejor forma de prevenir es fomentar y reconocer la expresión emocional: un niño que logra identificar lo que siente, es un niño que logra expresarlo y busca ayuda”, mencionó.

“Una buena relación entre pares, el contacto frecuente con amigos y la seguridad sobre sus propias capacidades, así como la percepción de sentirse querido por su contexto familiar, también se describen como factores que protegen a los niños del desarrollo de esta enfermedad”, sumó la profesional.

Por último, en caso de niños, niñas y adolescentes ya diagnosticados, ambos especialistas de la salud mental recomendaron a padres, madres y criadores en general, un acompañamiento “responsable” y “empático”, validando las emociones de sus hijos y entregándoles la seguridad “de que juntos lograrán salir de esta situación”. Además de eso, no victimizar ni etiquetar su enfermedad ante los demás y respetar sus procesos de recuperación, junto con adherir a los tratamientos requeridos por profesionales certificados de la salud mental.

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